Tres días de invierno en Leh: escenas de Losar del mercado al patio
Por Sidonie Morel
Lead: Luz de la mañana, pasos prácticos
Callejones del casco antiguo antes de que las tiendas abran del todo

Losar en Leh comienza sin anuncios. Los callejones del casco antiguo guardan una fina capa de arenilla donde la nieve de ayer, a fuerza de pisadas, se ha vuelto polvo. En los bordes, el hielo se queda en bandas estrechas, opacas y compactas. Una escoba avanza con pasadas lentas junto a una puerta, empujando el polvo hacia un pequeño lomo. Alguien arroja agua desde un cuenco metálico, un arco rápido, y el chapoteo se vuelve una mancha oscura que se tensa y palidece en cuestión de minutos. Las huellas marcan la piedra fría y luego se borran cuando el sol sube por encima de los tejados.
En la misma calle, las persianas se levantan a medias. Un tendero prueba la bisagra, coloca una cuña de madera y deja el metal medio alzado mientras ordena cajas dentro. Los primeros sonidos son pequeños: un pestillo, un cubo arrastrado un trecho, la tapa de una tetera golpeando una vez y, después, quietud. Más abajo, un perro se tumba en un parche de sol con el hocico metido bajo la cola. Las banderas de oración, tensadas de tejado a tejado, tiran con fuerza en el viento; su movimiento es nítido, casi mecánico en el aire helado. En Losar en Leh, las primeras horas están llenas de estas tareas corrientes, repetidas con un ritmo más firme de lo habitual.
Cerca del bazar, los puestos de té se ponen en marcha. Los vasos se apilan en columnas, se enjuagan deprisa y se secan con paños que cuelgan de ganchos. El vapor sube en plumas breves, más visibles aquí porque la calle está en sombra. Las manos se calientan alrededor de vasos de cristal. Un taxi avanza despacio con los faros encendidos incluso de día; las ruedas crujen suavemente junto al borde de la calzada donde aún queda nieve. Pasan algunos escolares, bufandas subidas hasta las mejillas, cuadernos bajo el brazo. Losar en Leh no es una representación a esta hora; es un pueblo entrando en el día con intenciones limpias y bolsas llenas esperando a ser cargadas.
Lo que la cámara captaría en cinco segundos
Si te detienes en Losar en Leh y levantas el teléfono un momento, el encuadre se llena sin esfuerzo: un cielo tan limpio que parece recién enjuagado, crestas afiladas y pálidas, tejados con chapas de estaño que devuelven un brillo blanco y duro. En primer plano, un muro de ladrillo secado al sol muestra el detalle del invierno: desconchones, pintura vieja, marcas de hollín donde una chimenea ha trabajado toda la temporada. Una mujer sale con una cesta, la ajusta una vez y desaparece por una puerta. Un chico pasa corriendo con una bolsa de plástico que chasquea al viento. Son escenas pequeñas que se repiten durante Losar en Leh: esquinas distintas, el mismo frío luminoso.
En el mercado, el color es práctico: cáscaras de naranja, envoltorios rojos, sacos verdes y el brillo apagado de bandejas metálicas. Un vendedor levanta una balanza por su gancho y la vuelve a dejar. Una cuerda enrollada descansa en el mostrador junto a cajas apiladas con cuidado. Los sacos de harina yacen de lado, con las costuras hacia fuera, listos para levantarlos rápido. Alguien cuenta billetes con los dedos desnudos y luego los guarda en un bolsillo. Cerca, una moto está al ralentí; el escape es una nube breve que se disuelve enseguida. Esta es la forma visible de Losar en Leh: preparación, movimiento y una especie de orden cuidadoso.
En esos mismos cinco segundos, también captas lo que la cámara no puede sostener mucho tiempo: el olor del humo de madera de albaricoquero en un callejón estrecho; el mordisco seco del aire al inhalar; el calor que se junta en una puerta donde el sol ha alcanzado el umbral. Losar en Leh se construye con estas impresiones rápidas, y vuelven una y otra vez a lo largo de tres días.
Día Uno: Comprar, cargar, ordenar
Mercado de Leh: preparativos de media mañana

A media mañana, Losar en Leh se vuelve visible en el mercado. La gente llega con listas que no necesitan desplegar. Los puestos ofrecen el surtido del invierno: harina y arroz en sacos grandes, cajas de aceite, ladrillos de té, galletas, frutos secos, fruta deshidratada y naranjas dispuestas en pirámides. Un tendero golpea el costado de una lata metálica para mostrar que está llena. Otro dobla el papel en forma de cono para las especias y lo ata con una cuerda. Los precios se dicen rápido, las cifras son sencillas y la decisión se toma con un gesto de cabeza. El ritmo no es apresurado, pero sí constante, como si hubiera muchas puertas que cruzar antes del anochecer.
Las bolsas se llenan enseguida. Un saco de plástico se estira alrededor de una caja de dulces. Una bolsa de tela recibe harina y luego se anuda dos veces. Un hombre acomoda un saco en el hombro, pisa con cuidado para evitar el borde helado y se mueve con la inclinación práctica de quien ha cargado peso en invierno durante años. En Losar en Leh, cargar forma parte del compás del día: del mostrador a la bolsa, de la bolsa al taxi, del taxi al umbral. La calle lo muestra con claridad: gente caminando en bucles cortos, volviendo por una cosa más y luego otra más.
Junto a un vendedor de verduras, las hojas de invierno se apilan en montoncitos, atadas con cuerda. Alguien las comprueba levantando el manojo un poco y volviéndolo a dejar. Un chico lleva una bandeja de huevos con cuidado, los codos pegados al cuerpo. Los puestos de té trabajan a buen ritmo; los vasos se rellenan sin ceremonia. Hay un susurro constante: papel, plástico, cuerda, tela. Un claxon breve, una disculpa rápida cuando dos personas se cruzan en un paso estrecho, y el flujo continúa. Losar en Leh se siente más como sí mismo aquí: público, útil, luminoso.
El umbral de la casa: zapatos, bolsas y el suelo despejado

De vuelta en casa, Losar en Leh se mueve hacia el interior. Los zapatos se alinean cerca de la puerta: botas con polvo seco, zapatillas esperando detrás. Las bolsas se colocan en un grupo ordenado. Los objetos se clasifican a mano, sin etiquetas. La harina va a un lado, los dulces a otro, el té y las especias quedan juntos. Se comprueba la tapa de un tarro, se gira una vez, se aprieta. Se aplana un paquete de frutos secos con un golpecito para que apile bien. Alguien limpia la mesa con un paño, luego dobla el paño y lo deja a un lado, listo para la siguiente pasada. El suelo se despeja de una manera que parece sencilla pero lleva tiempo: mover un taburete, apartar un cubo, colocar la escoba en su esquina.
Se abre una ventana un momento para dejar salir el humo y se cierra de nuevo enseguida. Entra aire frío, afilado y limpio. Se pone una tetera al fuego y, mientras calienta, la habitación se convierte en estación de trabajo: manos que van de la bolsa al armario, del armario al estante, del estante a la bandeja. El trabajo es silencioso. El sonido es sobre todo el de los envoltorios: el rasgado del plástico, el roce del cartón, el clic de una tapa de lata. En Losar en Leh, el umbral está ocupado porque es el lugar donde el bullicio de la calle se convierte en el orden del hogar.
Fuera, en el callejón, pasa un vecino y saluda. La puerta se abre, se cierra, se abre otra vez; cada vez, una cuña de luz invernal cae sobre el suelo. Alguien sacude un paño fuera y manda una nubecita de polvo al sol. Otra persona echa agua en una palangana y enjuaga un vaso. Losar en Leh está lleno de estos gestos repetidos, y crean la sensación de una casa reajustada para el año que empieza.
Día Dos: Masa, aceite y dulzura de invierno
Khapse y el ritmo de la fritura

El segundo día de Losar en Leh suele tomar forma a través del trabajo de la comida, que se ve y se oye. La harina reposa en un cuenco ancho. El agua se añade poco a poco. Los dedos presionan y pliegan, luego presionan otra vez, hasta que la masa queda lisa y elástica. Se estira sobre una tabla espolvoreada de harina y se corta en tiras. Cada tira se retuerce o se pellizca en una forma que mantendrá el crujiente. Las bandejas empiezan a llenarse. Se coloca un paño sobre parte de la bandeja para que la masa no se seque demasiado rápido con el aire caliente de la cocina.
El aceite se calienta en una sartén profunda. Se deja caer la primera pieza para probar la temperatura; se hunde y luego sube con burbujas. Le sigue otra y pronto la superficie está viva. Unas pinzas giran cada pieza en el momento justo. El color cambia rápido: de pálido a miel, de miel a dorado. Las piezas fritas se sacan y se dejan sobre un plato metálico para que escurran. La cocina huele limpio y cálido, a harina y aceite y a un leve dulzor. En Losar en Leh, el khapse no es un solo plato; es un proceso que llena la habitación durante horas y deja pilas de formas crujientes que parecen casi arquitectónicas cuando se apilan con cuidado.

A medida que avanza el día, las pilas crecen. Algunas se espolvorean ligeramente con azúcar. Otras se dejan sin nada. Los tarros se llenan y se golpean una vez contra la mesa para que las piezas asienten sin romperse. Se aprietan las tapas. Un niño roba una pieza pequeña y luego otra, le dicen que espere, pero el niño sonríe y sigue masticando. El trabajo continúa. El ritmo es sencillo: estirar, cortar, retorcer, freír, escurrir, apilar. Losar en Leh suele vivir más en este ritmo que en cualquier “evento” visible, porque es la comida la que viajará de casa en casa cuando empiecen las visitas.
Té, bandejas y la casa lista para las visitas

Junto a la fritura, Losar en Leh trae el trabajo constante del té. Una olla cuece a fuego lento con hojas de té. Se mide la sal. Se añade mantequilla y el té se bate en un cilindro alto, el mango subiendo y bajando con un golpe suave. Primero se calientan los vasos y luego se llenan. La espuma se asienta rápido. La bandeja que lleva los vasos se limpia con un paño y luego se limpia otra vez. Otra bandeja espera con khapse, frutos secos y dulces. Todo se organiza en grupos pequeños y prácticos para poder levantarlo y ofrecerlo sin complicaciones.
Se ajusta una habitación para sentarse. Se sacuden los cojines y se alinean. Se despeja una mesita y se cubre con un paño. Se ordena un rincón: cuencos colocados con cuidado, una vela comprobada, una caja de cerillas dejada a su lado. Fuera de la cocina, la escoba vuelve a su esquina y el suelo se barre una vez más. En Losar en Leh, el hogar se ve recién ordenado no porque sea nuevo, sino porque se ha trabajado en él una y otra vez, las mismas superficies limpiadas y barridas con paciencia.
“Una taza más, ahora mismo.”
La frase es corriente, pero se repite mucho durante Losar en Leh. Se rellenan los vasos, no como gesto, sino como una hospitalidad práctica que mantiene las manos calientes en invierno. La tetera vuelve al fuego. Se coloca una tapa con cuidado para que el vapor no se escape. Un paño se dobla en un cuadrado apretado y se deja a mano. A última hora de la tarde, las bandejas están listas, los tarros cerrados y la puerta empieza a abrirse con más frecuencia. Alguien llama. Otra persona sale a atender. El segundo día termina con la casa preparada para pasar sin esfuerzo al tercero.
Día Tres: Patios, puertas y sentadas rápidas
Visitas de la mañana: saludos, zapatos y recargas
El tercer día de Losar en Leh suele sentirse como una secuencia de puertas. La mañana es luminosa. El callejón está animado de un modo suave: gente caminando tramos cortos, deteniéndose ante una verja, entrando y reapareciendo un poco después. Cada visita empieza con los zapatos fuera. Las botas se colocan bien a un lado, con las puntas hacia fuera. Se intercambian saludos rápidos. Se ajusta una bufanda. Casi de inmediato, las manos se calientan alrededor de un vaso. Llega la bandeja con khapse, frutos secos, dulces y galletas y queda al alcance para que nadie tenga que inclinarse mucho con la ropa de invierno.
Las recargas ocurren automáticamente. La tetera se levanta, se sirve, se deja, se levanta otra vez. Un niño lleva los vasos con cuidado, concentrado en no derramar. Un hervidor metálico hace un pequeño tintineo cuando toca la bandeja. Alguien limpia el borde de un vaso con el pulgar. Son estos movimientos pequeños y precisos los que definen Losar en Leh. Las conversaciones suceden, pero la forma de la visita es clara incluso sin oír una palabra: sentarse, calentar las manos, comer algo crujiente, beber té, levantarse, ponerse las botas y volver al sol.
Fuera, taxis y scooters pasan despacio. La gente lleva bolsitas, regalos fáciles de sostener: paquetes de dulces, un tarro, fruta. La carretera muestra parches de hielo en las zonas donde sigue habiendo sombra. En Losar en Leh, la gente camina con una cautela invernal que parece elegante: una pausa ligera en las esquinas, pies bien colocados, hombros relajados, manos en los bolsillos entre una puerta y otra.
Detalles del patio y la mesa de la tarde

Dentro de los patios, Losar en Leh tiene su propia luz. El sol golpea un muro y lo vuelve cálido en color aunque el aire siga frío. Las sombras de las banderas de oración rayan el suelo de piedra. Una escoba deja líneas visibles donde el polvo se ha reunido y retirado. Un cubo se queda junto a un grifo. Los vasos se enjuagan en agua fría y luego se dejan boca abajo para escurrir. Una pila de platos espera en una estantería. La madera de albaricoquero está apilada con orden, los troncos alineados como ladrillos. Una chimenea de chapa se alza recta, oscurecida cerca de la parte alta por donde el humo ha pasado toda la temporada.
Los niños entran y salen del patio, deslizándose rápido por las puertas. Manos mayores ordenan y transportan: tarros llevados al armario, bandejas devueltas a la cocina, paños enjuagados y retorcidos. El trabajo continúa incluso durante las visitas, pero se hace sin alarde. En Losar en Leh, el hogar funciona como una rutina bien ensayada, y el patio es el lugar donde se ve cómo esa rutina se sostiene.
Al llegar la tarde, la mesa se asienta en una secuencia sencilla. La comida aparece en fuentes que echan vapor al levantar las tapas. Se sirve arroz, luego fideos o sopa, luego verduras, cada cosa colocada con cuidado para que quepa sin apretar. Las cucharas tintinean suavemente. El pan se rompe con la mano. Los vasos reaparecen. La tetera vuelve al fuego y luego a la mesa. Los platos se recogen y se apilan. La habitación se mantiene caliente por la cocina y las ventanas se quedan cerradas contra el frío. Losar en Leh termina su tercer día con este orden doméstico y constante: comida, calor, recogida y, fuera, callejones silenciosos.
Ropa, color y los rincones públicos del pueblo
Tela, capas y movimiento invernal
En Losar en Leh, la ropa forma parte de la escena visible, sobre todo de día. Las capas gruesas dan a la gente una silueta redondeada de invierno. Los gorros de lana se llevan bajos. Las bufandas cubren mejillas y boca. Los guantes se ponen y se quitan un instante para contar dinero o ajustar una bolsa y se vuelven a poner enseguida. Las botas dejan huellas firmes donde el suelo está blando. Sobre el hielo, los pies avanzan con cautela medida. En callejones estrechos, la gente se gira de lado para pasar, cuidando de no rozarse las mangas. Cada movimiento se ve un poco más lento que en verano, pero nada se siente pesado; el pueblo ha aprendido el ritmo del invierno.
Aparecen capas tradicionales junto a chaquetas modernas. Una goncha se ata bien a la cintura; el nudo se comprueba una vez y se aprieta. Una chaqueta deportiva acolchada atrapa el sol con un brillo sintético. Asoman calcetines de lana por encima de la bota. Las manos llevan termos y pequeñas bolsas de plástico, pegadas al cuerpo para conservar el calor. En Losar en Leh, notas con qué frecuencia la gente ajusta algo: una bufanda, un gorro, una correa de bolsa. Los ajustes son pequeños, repetidos, y facilitan moverse en el aire frío.
Dentro de las casas, esas mismas capas se aflojan. Los guantes se dejan cerca de la puerta. Los gorros se quitan y se colocan en un estante. Una bufanda se dobla rápido y se deja en una silla. Los zapatos se alinean en filas. Estas transiciones silenciosas —del frío de fuera al calor de dentro— se repiten durante Losar en Leh y dan al día un ritmo suave que nunca se siente apurado.
Bazar principal, callejones silenciosos y el pueblo de invierno como escenario

Losar en Leh también tiene escenas públicas, y a menudo se encuentran en el bazar principal. Las persianas se abren por tandas con un traqueteo metálico. Cajas de cartón se aplastan bajo las botas y se apilan contra un muro. Un porteador recoloca un saco en el hombro con una exhalación corta. Taxistas se quedan con las manos alrededor de vasos de té y luego se levantan para saludar a alguien. Un tendero barre el umbral hacia fuera, enviando polvo a un rayo brillante de sol. La calle está viva, pero el sonido se mantiene modesto: cláxones breves, saludos rápidos, alguna risa y el constante arrastre suave de las botas.
En los callejones laterales, Losar en Leh se ve más quieto. Pilas de leña descansan contra los muros. Chimeneas de chapa proyectan sombras finas. Marcas de hollín cerca de los respiraderos muestran dónde las estufas han trabajado duro. Los perros duermen en parches de sol y los gatos merodean junto a respiraderos cálidos. Los gorriones saltan por salientes picoteando migas. Una tubería gotea despacio, luego se detiene, luego vuelve a gotear. En invierno hay menos turistas y menos distracciones; los detalles se ven mejor, y Losar en Leh se convierte en una excusa para caminar despacio y mirar con atención.
Incluso en estos rincones silenciosos, las señales de Losar en Leh siguen siendo prácticas: una bandeja cruzando un callejón; una bolsa de naranjas balanceándose ligera al costado; un tarro que pasa de una mano a otra; una puerta que se abre y se cierra con frecuencia constante. El festival no está separado de la vida cotidiana del pueblo. Va hilado en ella, visible en la forma de moverse, cargar, limpiar y compartir.
Conclusión: Lo que se queda contigo después de Losar en Leh
Conclusiones claras de tres días

Cuando Losar en Leh termina, el pueblo vuelve a su rutina de invierno, pero hay cosas que siguen siendo fáciles de ver. Primero, el trabajo es visible: el barrido de los umbrales, la clasificación de la comida, la preparación constante del khapse, el servir té sin parar. No son detalles secundarios; son el centro de la experiencia. Si estás en Leh durante el periodo de Año Nuevo ladakhi, puedes comprender mucho con solo observar cómo se preparan las casas y con qué rapidez las visitas fluyen de una puerta a otra.
Segundo, Losar en Leh está marcado por el invierno. Los movimientos son cuidadosos donde queda hielo. Las visitas son lo bastante cortas para mantener el calor, y lo bastante frecuentes para que el día se sienta social. El té se sirve a menudo, no como gesto formal, sino como una necesidad simple del invierno. La comida se organiza para viajar con facilidad: el khapse se apila bien, los frutos secos y los dulces se conservan bien, y las bandejas se pueden levantar y llevar en un solo movimiento fluido. Si llegas como visitante, tu mejor enfoque es práctico: abrígate, camina con cuidado, acepta el té, come un poco y sigue el ritmo de la casa.
Tercero, Losar en Leh es un reajuste de todo el pueblo que se ve en lugares pequeños: en la línea limpia de una escoba sobre la piedra, en los tarros alineados en un estante, en los zapatos ordenados en una entrada. Estos detalles te dan la sensación de un año nuevo sin necesidad de discursos ni horarios. Son claros, silenciosos y constantes durante tres días.
Una última nota de cierre
La mañana después de Losar en Leh, el callejón vuelve a verse familiar. Las tiendas abren al ritmo del invierno. El humo sube con constancia. Los parches de sol regresan a los mismos rincones. Pero la casa se siente ligeramente reordenada: paños doblados, tarros llenos, bandejas apiladas con cuidado y una calma disposición en el umbral. Si caminas por Leh en este tiempo, puedes llevarte el recuerdo en los sentidos: el aire crujiente, los umbrales limpios, el té constante, los colores vivos del mercado y el suave crujido de las botas sobre la piedra. Basta con dejar que el pueblo se muestre, una escena ordinaria a la vez, bajo la luz del invierno.
FAQ: Losar en Leh para quienes visitan en invierno por primera vez
¿Cuándo es Losar en Leh y cuánto duran las celebraciones?
Losar en Leh es el periodo de Año Nuevo ladakhi que suele caer a finales de diciembre, aunque las fechas exactas pueden variar según el año y el calendario local. El ritmo más perceptible suele abarcar unos tres días, con preparación antes y visitas durante los días principales. En la práctica, puedes ver señales de Losar en Leh durante un tramo más largo: compras, horneado y fritura, y hogares recibiendo invitados antes y después de los días centrales.
Si estás planeando un viaje, ayuda mantener el horario flexible y comprobarlo localmente al llegar, porque distintos barrios y familias pueden enfatizar días diferentes. Incluso cuando cambian las fechas, los patrones visibles siguen siendo parecidos: preparación del mercado, trabajo de khapse y té, y visitas cortas entre casas. Vístete para mañanas frías y luminosas y para interiores más templados, porque pasarás de uno a otro a menudo.
¿Qué se come y se bebe normalmente durante Losar en Leh?
Durante Losar en Leh, a menudo verás bandejas con khapse (formas de masa frita y crujiente), dulces, frutos secos, galletas y fruta de temporada como naranjas. La comida se elige por practicidad invernal: se conserva bien, viaja fácil y se puede ofrecer deprisa a los invitados. También puedes encontrar comidas sencillas por la tarde, con arroz, fideos, sopas y verduras, según las costumbres de cada familia y el horario del día.
El té es central. En muchas casas, el té con mantequilla (gur-gur chai) aparece con frecuencia, servido en vasos calentados y rellenado sin demasiadas palabras. También pueden ofrecerte té dulce. Aceptar una pequeña porción, aunque no tengas hambre, es una forma amable de acompasar el ritmo de las visitas de Losar en Leh. La experiencia va menos de probar platos raros y más de ver cómo bandejas, vasos y recargas mantienen el día avanzando con suavidad en pleno invierno.
¿Cómo debería comportarse un viajero si le invitan a una casa durante Losar en Leh?
Si te invitan a una casa durante Losar en Leh, sigue las señales más simples. Quítate los zapatos en la entrada y colócalos ordenadamente donde los demás han colocado los suyos. Acepta el té cuando te lo ofrezcan y toma un pedacito de khapse o algo de la bandeja si te lo acercan. Mantén la visita ligera y sin prisa; muchos hogares reciben invitados en secuencias rápidas, así que quedarse un tiempo moderado suele encajar mejor con el ritmo del día que quedarse demasiado.
Lleva capas cálidas fáciles de quitar dentro, porque las habitaciones pueden estar calientes por la cocina mientras el callejón fuera sigue frío. Evita hacer fotos de inmediato; primero observa dónde se sienta la gente y dónde se colocan las bandejas, y luego pregunta en voz baja si quieres fotografiar. La hospitalidad de Losar en Leh es práctica y constante, y acompañar ese tono práctico —ropa de abrigo, pasos cuidadosos, gestos respetuosos— te ayuda a integrarte sin esfuerzo.
Sobre la autora
Sidonie Morel es la voz narrativa detrás de Life on the Planet Ladakh,
un colectivo de relatos que explora el silencio, la cultura y la resiliencia de la vida himalaya.
